De la “Resiliencia para el Desastre” hacia la “Resiliencia para la Vida” - INCIDE
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13 Oct De la “Resiliencia para el Desastre” hacia la “Resiliencia para la Vida”

Por: Henry Peralta & Amparo Velásquez

Centro de pensamiento, innovación e investigación / Soluciones Resilientes – Colombia

Octubre 13 de 2020, día internacional de la Reducción del Riesgo de Desastres

La resiliencia para la vida, como complemento a la resiliencia para el desastre, tiene una mirada sistémica y global de la problemática de los desastres o las crisis no como efectos de factores externos sino como parte de un proceso de construcción cotidiana y deliberada del riesgo en los territorios, bajo la premisa que el riesgo es un producto consustancial al desarrollo. Por ello, la constatación de la construcción de resiliencia pasa por preguntarse: ¿Qué tanto nos conocemos a nosotros mismos y al entorno que ocupamos para resistir y pervivir aquí y ahora en los riesgos cotidianos o crónico?, ¿Cuál es la capacidad de adaptación positiva que nos alejan del  paternalismo feudal y a la beneficencia estatal que nos subyuga?;  ¿Estamos listos para los periodos de recuperación y reconstrucción con una visión de transformación frente a las condiciones inseguras que nos trajeron hasta aquí y que empiezan en la atención del desastre como parte integral y no aislada de la resiliencia para la vida?

En la construcción del concepto de resiliencia nos enfrentamos a una resistencia que históricamente es la constante frente al cambio. Desde la gestión del riesgo de desastres hace más de 30 años hubo un cambio de paradigma frente a los recurrentes desastres en el mundo, con una frase que puso en dificultad al mismo concepto de desarrollo y sobre todo a los ejecutores de esas políticas: “los desastres no son naturales”. Y esa misma resistencia que observamos hoy, sea explicita o soterrada, la tenemos frente al concepto de resiliencia.

Parafraseando al economista alemán, Albert Hirschman, en su libro “Retóricas de Intransigencia” cuando plantea que toda idea nueva para un cambio se vuelve blanco de tres críticas en forma de tesis. Justo es lo que actualmente se presentan como argumentación frente a la resistencia frente a la resiliencia como una línea de trabajo:

1. la tesis de la perversidad: la resiliencia como concepto que conlleva una acción deliberada para mejorar cualquier aspecto de la gestión del riesgo de desastres se critica como una forma de agudizar la situación que desea remediar y se distrae la atención sobre otros factores;

2. la tesis de la futilidad: se orienta a que la resiliencia como uso y práctica no puede funcionar y las acciones que se hagan se critican como no alcanzables dada su nueva construcción teórica; finalmente,

3. la tesis del peligro: donde se asegura que invertir en resiliencia es poner en peligro logros precedentes en la gestión del riesgo de desastres y le restaría atención y recursos a esta última.

Esta triada de críticas más que basarse en hechos, se asienta en prejuicios y conjeturas cimentados en negatividad como estado mental y esto indudablemente nos lleva a pensar que la utopía que a veces parece ser el logro de la resiliencia es el verdadero motor que nos mueve a caminar hacia ella. Tanto la cotidianidad de las acciones basada en modelos mentales anquilosados o impulsados por miedo o por costumbre para mantenernos en una visión opaca o mezquina de la forma de mirar e interpretar las situaciones deben ser revisadas, más aún es estos momentos de grandes retos donde la creatividad y la innovación son la clave para perfilar mejores y sostenibles futuros a través de la “ventana al futuro” que es la resiliencia para la vida. Esta nos reta a enfrentar nuestros propios miedos, para atrevernos a salir de la zona de confort de manera creativa.

Una definición del planteamiento de resiliencia para la vida, que enuncia su carácter sistémico, la encontramos en el siguiente texto:

“La resiliencia para la vida plantea una visión sistémica y compleja que implica la observancia de todas las dimensiones del desarrollo, socio cultural, económico-productiva, ambiental (físico – naturales), político-institucional y la espiritual. Desde una construcción del tejido social, ambiental y económico para reconectar a los seres con la sociedad y la naturaleza. Ello se soporta en el fortalecimiento de las capacidades humanas sobre una estructura de tres aspectos: en el ser, el saber y el hacer de los individuos de un territorio, para tratar de satisfacer las capacidades básicas de cada uno.”

La resiliencia toma importancia en la medida en que este factor se resignifica al presentarse como un cambio en la manera de mirar la fórmula del riesgo, amenaza (A) por vulnerabilidad (V) sobre capacidad (C) o resiliencia (R= A*V/C). El foco en la ecuación desde la escuela ingenieril, así mismo, como una tradición que se volvió costumbre, se hace sobre el factor amenaza; que infortunadamente aún es confundida con el concepto de riesgo.

Posteriormente, a la misma ecuación, bajo una escuela social, le fue puesto el foco sobre el factor de vulnerabilidad; cambio que fue determinante pues mostró que los “desastres no son naturales”.

Por su parte la capacidad, es decir el factor de la resiliencia es la gran olvidada, la cenicienta, de la ecuación. Por ello y por la resistencia a este cambio, es necesaria su visibilización, en tanto se perfila como una oportunidad para el desarrollo de la gestión prospectiva del riesgo de desastres; como un aporte a la planificación de los procesos que nos harán sociedades sostenibles.

La resiliencia conceptuada, acotada y con métrica puede ser la otra puerta de entrada a la gestión del riesgo (R= A*V/C), cuya gestión de no hacerla de forma correcta, puede resolverse en un desastre.  Desde la resiliencia, como parte de la ecuación para la gestión del riesgo de desastre, se permite identificar, manejar y reducir los riesgos. Mediante la identificación de los elementos positivos (lo que existe y no de lo que adolece o falta) de las poblaciones y sus espacios habitados, esto es los territorios, para construir o reconstruir, para crear y re-crear (no desde cero) las posibilidades de las sociedades y sus empresas en el relacionamiento con sus entornos. Al reivindicar la resiliencia se apoya a una tradición del análisis nacida desde lo que falta, sus dolencias, esto es desde las vulnerabilidades.

La resiliencia se concibe como “verbo” y no simplemente como sustantivo u adjetivo. Un verbo que invita a la acción para generar procesos orientados hacia una “transformación social” en favor del fortalecimiento y creación de las capacidades. Así las cosas, la construcción de “resiliencia para la vida” aquí propuesta, alcanza su mayor impulso en la gestión prospectiva y transformadora del riesgo.

Tal como existe una “construcción social del riesgo”,  en contraposición, puede existir una “construcción social de resiliencia para la vida” o de capacidades. Esta sería la forma desde las dimensiones de desarrollo en que la sociedad, (personas, familias, territorios) construyen las habilidades para lidiar contra sus “riesgo crónico” y eventuales crisis o desastres, a través de las acciones cotidianas y desde sus realidades. Desde el desarrollo de capacidades como: resistencia, adaptación positiva al entorno, preparación, absorción, respuesta, adaptación, recuperación y transformación, creando desde la cotidianidad resiliencia para la vida. La resiliencia cobra sentido si se explica desde la cotidianidad de la vida, de otra manera puede tomarse como un concepto que no tiene aplicabilidad en el mundo real.

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