25 Abr Los caminos de la Resiliencia son esencialmente relacionales
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Socialmente, los caminos de la Resiliencia además de sustentarse en factores relacionales, dependen también de los económicos. ¿Pero, los Grupos Religiosos están exentos de planear la resiliencia de su congregación?
Todo niño desarrolla el sentido innato de ser gregario y, de manera subsecuente, de ayudarse; me acuerdo de como en el hospital, siendo muy pequeño, aún los enfermos buscábamos como hacer “amiguitos” desde el primer contacto visual sin importar si ello duraría minutos o días de convalecencia; con el tiempo vamos transformando nuestra forma de interrelacionarnos y generar lazos, amistades formales y sociales, dependencias profesionales y muchas más, especialmente las económicas. Los ambientes sociales van desarrollándose para encontrar su equilibrio y el hombre para crear su propio ecosistema para desarrollarse, crecer y sustentar su continuidad, con la obviedad de que esto es un proceso donde hay éxitos y retrocesos, fallas y pérdidas; durante ese tránsito, una característica de las personas y las sociedades, es sobreponerse a las vicisitudes y en algunos casos, generan pretéritamente las sinergias necesarias para ello.
Si de manera natural tomamos como premisa que nuestra naturaleza es organizarnos como entes sociales, surge espontáneamente la pregunta del porqué, entonces, es más bien reducida nuestra disposición a planear nuestra continuidad armónica en caso de sucedernos eventos catastróficos y, con ello, planear anticipadamente nuestra recuperación y la de la sociedad en la que nos desenvolvemos. Esta premisa me llevó a plantearme (como una de esas preguntas que me hacía de niño y que ponen mi cabeza en revolución, si antes me preguntaba entre mil cuestiones porqué el cielo es azul, hoy mi interrogante estriba en si las sociedades religiosas deben promover la resiliencia económica y como deben hacerlo. Es aquí donde se desarrolla toda esta reflexión.
Socialmente construimos factores de protección vinculados para proteger y desarrollar al individuo de lo que se encuentra en su entorno; como hospitales, vialidades, apoyo cultural, espacios sociales, etc. pero esos elementos son organizativos y también pueden incluirse mecanismos de preparación y/o recuperación como los de Protección Civil, el Ejército u otros relacionados con el Medio Ambiente, etc. Pero los espacios espirituales se los provee la sociedad a sí misma y juegan en un saco aparte por su propia naturaleza y de la cual, el Estado se desliga.
Espiritualmente, prácticamente cualquier congregación religiosa adquiere un significado que en sus sentidos más profundos se refieren a la resiliencia, aunque no lleguen a nombrarla así por ser un concepto reciente y que en consecuencia no forma parte del canon ni de las doctrinas. Los grupos religiosos en cambio, uno de los valores que reconocen es la esperanza, como un recurso fundamental indisoluble a la Fe de sus miembros, tanto para afrontar las dificultades que trae la vida misma, como para fortalecer su propio sistema de creencias; para un creyente de prácticamente cualquier religión los sucesos traumáticos son una prueba proveída por Dios mismo y, por ende, una posibilidad de probar la propia intervención divina y al mismo tiempo de la capacidad del ser supremo, para incidir en la recuperación resiliente.
Son entonces las “pruebas” factores de un núcleo dogmático de muchos mensajes religiosos que, entre otros, inesperadamente nos brindan la posibilidad de reforzar e incluso transformar en un grado superlativo al propio sistema de creencias, al grado tal que permitan que una condición extrema aunque siendo inesperada en el tiempo, pero previsible de ocurrencia y en quien recaerá, también sea simultáneamente un factor para que “las pruebas” (los peligros) desde la perspectiva de la Fe no sean sucesos tan ajenos que impidan preverse y, por tanto, que sea dable administrar las consecuencias de los eventos dañosos. Por ejemplo, si hablamos de enfermedades o inundaciones, son eventos previsibles pero inesperados, pero de efectos predecibles económicamente.
En el otro extremo, un problema podría radicar en que en otras comunidades, cuya particular interpretación de su dogma les incline a pensar que los designios de su creador obligan a sus miembros a que deben aceptar los avatares de la vida, es decir los designios de Dios y aceptar sus pruebas, las vuelven inatacables y por tanto intachables en su propósito divino; esta interpretación es el otro extremo del abanico, donde supondría que anticiparse al futuro es alejarse de los designios previstos para la persona y, donde la predestinación y más aún, la anticipación económica del suceso no es válida por ser de naturaleza divina, por lo que no es aceptable, por ejemplo, vacunarse o recibir sangre.
Con estas exposiciones no pretendo siquiera describir y menos aún combatir ningún aspecto de cualquier sistema de creencias, pues yo mismo poseo las mías y solo expongo que tanto es aceptable que exista un mecanismo de preparación resiliente ante lo inesperado, como reconocer que existirán personas que no acepten válido que el hombre, siendo creación de un ser superior, combata lo que se nos tiene deparado.
Por tanto, una conclusión anticipada, es que sí se pueden encontrar nuevos caminos para fortalecer la recuperación social y ello no exime a los miembros de cualquier comunidad religiosa a promover la transferencia de los riesgos individuales en entidades económicamente más solventes, por ejemplo, mediante la toma de micro seguros de gastos médicos, de vida u otros, de cumplimiento a las obligaciones sociales, como los de responsabilidad civil. Una sociedad preparada es una comunidad económicamente resiliente y no es menos sorprendente la coherencia entre las deducciones prácticas y los estudios formales que correlacionan los efectos económicos de anticipar la resiliencia, de los contextos religiosos que impulsan el amor entre los hombres y el apoyo entre sus hermanos.
Así, en los extremos, bajo la Fe puede interpretarse como factible y lo que debería tenerse como deseable, es que adquirir seguros es un proyecto diligente que permite tener un servicio que cubra gastos que trastocan la economía familiar, haciendo lo que un creyente debe hacer para proteger a su familia sin que por ello sea contrario a su doctrina, mientras que el supuesto opuesto calificaría que trasladar las consecuencias financieras de una contingencia sería combatir al propio Dios y, por tanto, una muestra patente de la falta de Fe. Para mi no es difícil visualizar cual propicia la resiliencia.
Para unos, ser diligente hoy delante de Dios, de la propia familia y la sociedad donde nos encontramos insertos, tanto es un acto de amor (congruente con un propósito divino) y por ello no es contrario a aceptar que nuestro propio Creador haga en el futuro lo que considere mejor para cada uno de nosotros, pues un acto previsorio que en sí mismo es un acto de planeación de resiliencia, no compra un futuro sino que solo contribuye a brindar una provisión que aporta seguridad, promueve la recuperación propia, la social y, por tanto, la de una comunidad religiosa. La prudencia no es solo poner en las manos de Dios lo que pasará en el futuro, sino reconocer que el hombre también recibió en don el albedrio y con él, puede anticipar que es mejor afrontar con solvencia los efectos negativos de nuestra exposición a los peligros de la vida.
El deber de cuidar de nuestras familias y a nuestra sociedad, no solo también es económicamente sano para las comunidades religiosas, sino que podríamos concluir que si estas fuesen lo suficientemente extensas como para administrar las contingencias de sus integrantes, deberíamos conceder que podrían estar tan ampliamente organizadas como para poder mutualizar las consecuencias (hacer participar a todos los miembros de las pérdidas de uno de ellos), convirtiéndose en el epítome de la protección social participativa y colaborativa, deviniendo en un nivel superior de organización resiliente, propio de las organizaciones altamente organizadas… como lo son las religiosas.
La capacidad de resiliencia social se ve influenciada por tantos y diversos factores, internos, externos, la inteligencia emocional de sus individuos, de sus habilidades sociales y, si a estos se le agrega el contexto social en el que se desenvuelven los individuos, incluidas las comunidades religiosas, seguramente encontraríamos que una de las características asociadas a la capacidad de superación social, aún ante los escenarios más negativos de la existencia humana, tiene apoyo en su espiritualidad o de las creencias transcendentales que cada una posea y, en vez de delegarle todas nuestras preocupaciones al Creador, lo que debemos hacer es anticiparnos a ellas y convertir a esa estructura formal llamada Iglesia -o sus equivalentes-, en un diferente administrador de la fortaleza social para anticipar, resolver y adaptarse positivamente al medio que la rodea y cuanto más adverso, entonces proveería mayor oportunidad de incidir resiliéntemente, en el largo plazo como un factor activo en la prevención, ante factores de riesgo. Para ello, cuando menos bastaría que promueva la cultura de la prevención, incluyendo los micro seguros.
Carlos Zamudio Sosa
Claims Manager
México Claims and Risk Management SC
Desde 2005 brinda servicios de consultoría “Risk Management” externo con atención a Asegurados en preparación para Inspección de Riesgo, análisis de contratos y control de sus licitaciones; asesor para acreditación de daño físico y consecuencial por siniestro por acompañamiento, asesoría y defensa técnica y jurídica por reclamos asegurados o afianzados.
Ha acreditado diversos cursos en diversas materias afines al Riesgo y la valuación del Daño Material, incluyendo terminar estudios de nivel
Maestría de Daños y Ajustes. Ha co-impartido 6 Diplomados en temas selectos de Gestión del Riesgo y Seguridad Industrial y acreditado ante la STPS.
Expositor invitado en Seminarios y Talleres y otros programas de desarrollo personal en seguros y colaborador para medios impresos y electrónicos especializados en Seguros y Fianzas.