EXPLOSIÓN Y LAS PÉRDIDAS DE SEGUNDO ORDEN - INCIDE
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25 Jun EXPLOSIÓN Y LAS PÉRDIDAS DE SEGUNDO ORDEN

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Pocas veces nos sensibiliza tanto un siniestro catastrófico como cuando ocurre cerca de nosotros, cuando lo vivimos en carne propia; nos mueven sentimientos de horror e impotencia cuando el accidente le acontece a un vecino, un conocido, incluso si el mismo sucede en las inmediaciones de nuestra colonia, sobre todo cuando además de los bienes materiales se pierden vidas o los ocupantes o vecinos sufren lesiones tan graves que las consecuencias son permanentes y muy dolorosas. Por supuesto debemos pensar que estamos expuestos a muchos otros peligros.

Pero centremos nuestra atención en quien ya ha sufrido una pérdida de consideración y continuemos con el ejemplo de la explosión; primero debemos plantearnos los escenarios del porqué ocurrió el siniestro y encontraremos que la mayoría de las veces la causa efectiva fue una falla en el mantenimiento, en otras ocasiones derivará del malfuncionamiento de algún equipo, pero las más de las veces será la causal humana la generadora primordial, producto de una inadecuada intervención o el mal uso de los propios equipos. Las causas serán varias, pero dominarán la indebida intervención y manipulación en bienes que son por sí mismos peligrosos y en menor medida de la inadecuada selección de los materiales y aparatos de control.

Lo increíble es que ninguna persona quiere propiciar o potenciar un siniestro, pero con nuestro actuar negligente incrementamos la posibilidad de que el daño se actualice, siendo mayor la posibilidad de que el daño ocurra cuando usamos insumos de menor calidad, como por ejemplo mangueras y válvulas para el manejo del gas. Debemos hacer una pertinente aclaración en que esas partes seguramente aprobaron los análisis de seguridad para poder ser comercializados e, incluso, seguramente aprobaron las pruebas con las cuales se certifica que cumplen alguna Norma Oficial Mexicana que valide su seguridad en el uso, pero al final el siniestro se actualiza porque no cumplimos nuestra parte como consumidores y olvidamos la importancia del mantenimiento.

Nos gusta más ver la casa pintada o montar en la pared un tapiz y hacer acabados que realcen su arquitectura y propiciamos esas intervenciones estéticas (“improvements” les llamarían en inglés)  por sobre las de seguridad pues no nos gusta aceptar la necesidad de “gastar”, menos en reponer partes o accesorios y aditamentos que no vemos y que ni siquiera sabemos que tienen una corta vida útil corta (garantizada) y es precisamente este el supuesto por el que debemos sustituir y dar mantenimientos programados.

Eso sin contar que, en el eventual caso de realizar esos mantenimientos preventivos, tenemos una tendencia a realizar las inversiones más económicas por sobre aquellas que tienen la mayor calidad en sus insumos y con la máxima vida probable, quedándonos con la falsa sensación de seguridad por haber anticipado y, según nosotros, haber disminuido la posibilidad de que falle el trabajo ejecutado; en un paralelismo, las empresas de una u otra forma presupuestan y ejercen mantenimientos que justifiquen que con esas erogaciones disminuya sensiblemente el riesgo de un daño no previsto, pues la mayoría de los empresarios entiende perfectamente que no es justificable que sus negocios transiten en el día a día con mantenimiento correctivo, pues las pérdidas por paros no programados suelen ser muy costosas y no presupuestables, pues intuitivamente saben que es más económico cambiar con regularidad una refacción, que perder horas de trabajo, pues en ese escenario todo es costo y que además se puedan haber dañado los productos que estaban en proceso y que la falta de mantenimiento incrementa el riesgo de incumplir a los clientes.

Estas pérdidas financieras que nacen con el siniestro y que yo llamo “de Segundo Orden”, que en seguros se llaman “Pérdidas Consecuenciales”, podrían llegar a ser tan relevantes que, comparadas contra el valor que habría significado haber intervenido preventivamente cualquier inversión (la máquina, el equipo o el aparato) que finalmente falló, es infinitamente más económico que cualquier daño físico y material que pueda ocurrir; exactamente la misma condición acontece con la falta de inversión en capacitación de los colaboradores, pues sus omisiones o fallos producen los mismos efectos nocivos que seleccionar inadecuados materiales. Las pérdidas se potencian cuando además del daño material los trabajadores o terceros son afectados en su persona o sus bienes.

Entonces, si bien es loable que en nuestras casas preveamos las posibilidades de falla y de la necesidad de actuar para reducir peligros y para atenuarlos mediante un correcto mantenimiento, más ejecutar otras inversiones que reduzcan los riesgos potenciales de falla, por ello, es poco racional que nuestros gastos en seguridad sean realizados bajo criterios de “la menor inversión” en lugar de la mayor calidad; exactamente el mismo supuesto es aplicable para cuando elegimos a una persona no capacitada para acometer la acción que siendo preventiva, termina en convertirse en la detonante del daño. La mala combinación de materiales económicos, así como emplear mano de obra improvisada, en lugar de reducir exponencialmente la falla,m terminan potenciando la actualización del siniestro.

Si entre la combinación de buenas decisiones que terminan siendo malas en el caso de llegar a producirse el siniestro, tendemos a meter en la ecuación a la “diosa fortuna” y agradecerle cuando solo hay daños materiales, es decir de que ocurran solo pérdidas en bienes, pérdidas que llamo “de primer orden” y convertimos el supuesto dañoso en una oportunidad porque las pérdidas sean supuestamente tolerables e incluso de efectos de corto o mediano plazo. Nos fue bien.

Para reponer el patrimonio dañado o completamente perdido, presupone hacer uso de mecanismos paliativos como los créditos o disponer de los ahorros que “resetean” a cero o negativamente la economía del afectado, por lo que los efectos se vuelven realmente de mediano y largo plazo y esto porque los daños “de segundo orden” son difícilmente cuantificables para su término y por tanto para su real costo, con lo que las afectaciones serán de largo plazo o incluso, permanentes. Es decir, un fogonazo en el boiler que solo produzca la pérdida de este equipo y tal vez unas pestañas quemadas, podríamos tomarlo hasta nuestro característico humor mexicano y verlo como advertencia menor, de ser un cuasi accidente del que nos hemos librado “por un pelito”, de haber sufrido una lesión o una pérdida mayor.

¿Pero y si el daño es mayor? Si en lugar del clásico flamazo la concentración de gas, principal peligro de explosión termina en una muy grave deflagración que impacta el cuerpo en una oleada de fuego que causa quemaduras extensas, severas y hasta mortales, acompañada de una onda expansiva que lesiona impresionantemente órganos internos; peor aún cuando la explosión fuera poco viene con infinidad de esquirlas de los restos de la casa. Por lo que respecta a los bienes, quienes nunca hayan visto el nivel de daños difícilmente se sensibilizarán tanto como aquellos que lo han atestiguado, una casa colapsada y quemada; simplemente porque no pueden imaginar que algo como el gas (licuado de petróleo o natural) que usamos diariamente es un monstruo que no perdona y que, al menor error, daña. Creemos tener domada a la fiera por estar contenida en tanques y asumir que la controlamos mediante válvulas y tuberías que ni siquiera vemos.

Aquí es donde estas pérdidas “de segundo orden” serán las más graves, en la medida que se actualizan daños materiales y se sumen lesionados, el abanico de consecuencias será tan amplio como quedar imposibilitado temporalmente para el trabajo o incluso definitivamente, con pérdidas orgánicas en algunos casos, con altos costos por la atención médica e, incluso, depender de  otros que “donaran” de su tiempo para dar soporte; invariablemente habrá costos en el cuidado paliativo y si las lesiones fuesen tan incapacitantes que la dependencia se torne permanente, no habrá reservas económicas suficientes, especialmente sin un seguro que responda; las consecuencias financieras serán tan graves que terminarán impactando en un tercer nivel a las personas que debieran quedar ajenas, como los familiares del lesionado, que terminarán participando de las pérdidas en alguna medida.

Una mala instalación hecha por “Don Juanito”, la falta de recambio de una manguera o una válvula de 100 pesos terminará impactando en la calidad de vida del responsable y del lesionado. Y si las consecuencias son la pérdida de esa vida, el efecto negativo se hará presente sin importar quien fallezca, pues es casi igual de impactante si se trata del cabeza de familia o del consorte que colabora con su trabajo a la relación familiar, todos tienen un valor mínimo atribuido por la ley y la tendencia es valorar especialmente el dolor moral y perjuicio cuando hay dependientes económicos, especialmente a los que quedan en orfandad. Incluso quien no sufra lesiones quedará con cargas económicas y familiares que superan la capacidad que en dúo le eran más fáciles.

Cuando los dañados son los vecinos u otros terceros completamente ajenos terminen lesionados o con afectación en sus bienes, especialmente cuando son muchos, las pérdidas que debe pagar el responsable producen permanentemente tal quebranto económico en “segundo orden”, que a la par de sufrir daños materiales y con ello pérdidas económicas, se sumarán las de los otros, que terminaran siendo financieras y de exigibilidad casi inmediata y que se llegan a convertir en una carga de por vida.

No sé si basten poco más de 1,500 palabras para sensibilizar a un lector en la importancia de reducir los riesgo, porque será infinitamente más económico actuar sobre los peligros, que afrontar las consecuencias dañosas… aún teniendo seguros.

Carlos Zamudio Sosa

Claims Manager

México Claims and Risk Management SC

Desde 2005 brinda servicios de consultoría “Risk Management” externo con atención a Asegurados en preparación para Inspección de Riesgo, análisis de contratos y control de sus licitaciones; asesor para acreditación de daño físico y consecuencial por siniestro por acompañamiento, asesoría y defensa técnica y jurídica por reclamos asegurados o afianzados.

Ha acreditado diversos cursos en diversas materias afines al Riesgo y la valuación del Daño Material, incluyendo terminar estudios de nivel
Maestría de Daños y Ajustes. Ha co-impartido 6 Diplomados en temas selectos de Gestión del Riesgo y Seguridad Industrial y acreditado ante la STPS.

Expositor invitado en Seminarios y Talleres y otros programas de desarrollo personal en seguros y colaborador para medios impresos y electrónicos especializados en Seguros y Fianzas.