¿La resiliencia tiene género? - INCIDE
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26 Mar ¿La resiliencia tiene género?

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Al explorar la Resiliencia de las mujeres, en automático consideramos inherente la existencia de una desventaja ante su sobrevivencia ante condiciones adversas. Al enfrentarnos a este tipo de análisis debemos hacerlo con toda propiedad y, en estas épocas, con tiento para que no se sesguen o se interpreten fuera de contexto.

Muchos, cuando hablan de Resiliencia creen que se trata exclusivamente sobre el riesgo y protección a las personas; en otro ángulo, para los estudiosos se concentraría en la revisión de si la resiliencia debe resultar de la conexión entre el crecimiento y el desarrollo humano al enfrentar la adversidad, o bien, podríamos intentar correlacionar todas estas aristas. Pero no es el propósito de este contenido y ello merecería escribir otros varios de cientos de páginas para estudiar estas hipótesis.

Querer reducir el entendimiento de la Resiliencia a unos cuantos factores sin tomar en cuenta otros como el entorno social, la oportunidad de la ayuda psicológica que se debe brindar a la víctima y la interrelación de la sociedad respecto del mismo ambiente, sería asumir que cualquier persona, adulto mayor o adolescente, hombre o mujer, tienen oportunidades iguales de desarrollarla. Esto es igual a querer comprobar que todas las condiciones de estrés dan el mismo resultado en cualquier individuo sin distinguir género y, por tanto, el error mayor sería presumir desde inicio que una resultante usual, no pudiera tener más de una relación causal, es decir, que se trata de condiciones “sine qua”.

Pensemos un momento en las situaciones que deberían favorecer la resiliencia en las personas cuando enfrentan fenómenos perturbadores, tales como el entorno social, la fuerza interna del individuo y las habilidades sociales en el manejo de la crisis y el daño. Pero en el contexto actual, altamente globalizado, que ha estandarizado modelos productivos, empresas, sociedades e incluso regiones, presupondría que, sin importar el género las personas del mismo estrato y del mismo entorno y ante los mismos peligros, deberían de resultar en una constante en su forma de enfrentar las adversidades y, sin embargo, unos lo hacen mejor que otros ya que están ciertamente menos expuestos porque hay diferenciadores que les facilitan supervivencia y recuperación, que en el caso del hombre uno de los más obvios podría ser (entre muchos otros factores) la fuerza física.

Hoy tal vez deberíamos de cambiar de enfoques y de presumir que una sociedad Resiliente, enfrentada a vicisitudes comunes sus integrantes resuelven de maneras diversas sus contingencias aun siendo parecidos sus orígenes; lo que podría suceder es que nuestra percepción humana tiende a categorizar y valorar y, consecuentemente diferenciar a los adolescentes de las mujeres, a los infantes de los adultos mayores y concederles a ellos, una condición de desvalimiento aún mayor que al resto de la población. Y tendríamos que confiar en que esta valoración empírica posee un gran nivel de verdad y, por consecuencia, se deberían favorecer permanentemente aquellas condiciones que favorezcan la recuperación de las personas más expuestas, lo que no necesariamente se planea y mucho menos, se ejecuta.

Pensemos en un escenario como en la guerra que se libra hoy entre Rusia y Ucrania: Seguramente un padre si tuviese que tomar la decisión de entre llevar a su hijo al frente de batalla en vez de a una hija, esta sería la decisión que nos parecería más obvia. Sin embargo, esa mujer que queda atrás, queda en una condición de indefensión que está producida por una serie de decisiones previas y ajenas a ella, que terminarán exponiéndole a consecuencias tan extremas que no nos resultan inéditas, sino por contrario ya conocidas, como agresiones sexuales y cuando más, quedar inmersas en la trata de personas y, es por ello que no existe justificante para no prever las resultantes, según el género de la víctima.

Por contrario, normalizamos el hecho y con el ácido humor del mexicano, jugamos con esa desgracia y, de ello, se multiplican los chistes y memes donde nos proponemos para dar asilo a las Ucranianas, lo que es en sí mismo misógino y denigrante para cualquier mujer y es una agresión que minimiza el drama y doblemente las victimiza; en este escenario no hay cabida realista para una recuperación resiliente.

Regresemos ahora a ese ejemplo donde el adolescente casi adulto acude a la guerra, para comparar sus peligros respecto de la mujer que queda atrás en aparente menor riesgo en medio de una zona de conflicto, debemos entender que en el muy corto plazo van a sufrir condiciones más o menos similares de exposición al peligro, que si bien, con el paso del tiempo irán empeorando para ambos su posibilidad de salir físicamente indemnes, para la mujer irán reduciéndose sus posibilidades de no sufrir consecuencias acusadas por su estado natural de indefensión, seguramente, en este supuesto de personas que tenían condiciones iniciales casi equivalentes en su forma de vida y entorno, probablemente ninguno de los dos tenga posibilidad de qué terminado el conflicto bélico pueda salir  emocionalmente sin daños, si es que lo sobrevive.

Cuál es entonces la diferencia respecto a enfrentar un peligro que nos humaniza, incluso a los que vivimos lejos de la zona de conflicto, tanto a aquel que queda expuesto a los extremos de riesgo por vivir físicamente la guerra, respecto de otros fenómenos que supondríamos deberían producir menor trauma y sin embargo lo producen, como enfrentar una gran inundación, un huracán o cualesquier otras condiciones naturales, u otros eventos perturbadores sociales organizativos como los conflictos armados, incluso los regionales de baja escala como los surgidos del narcotráfico, que son provocados por el hombre, si finalmente todos los individuos aparentemente enfrentan el mismo peligro.

Me inclino a pensar que, desde origen, el Estado como administrador de Resiliencia, falla en su resultado precisamente por carecer de la visión para anticiparse a los sucesos y, después para diligenciar de manera inadecuada el proceso de recuperación, pues aunque se le concede un peso específico en la forma como abordamos la atención a la víctima (en el apoyo social) que se predispone para algunos, respecto de otros e, incluso, fallamos comunitariamente al atender a los afectados desde la forma como verbalizamos los sucesos y nos dirigimos a ellos, especialmente ante las mujeres y más si son menores; erramos también cuando creamos mecanismos que se instituyen para brindar cobertura y protección, en particular, de quienes percibimos en mayor desvalimiento, como lo está el menor y más si es mujer, el infante o el adulto mayor, aun cuando toda la población haya enfrentado una misma condición de riesgo.

Definitivamente la Resiliencia socialmente construida debiese poner en mayo relevancia las condiciones de ventaja que se le deben brindar a las usuales víctimas en mayor desvalimiento, respecto del hombre, pero esto para garantizar el equilibrio social en su recuperación psicológica a la par que física. Estas líneas podrían exacerbar el sentimiento de haberse escrito con ánimo sexista, o bien, bajo un plano de aparente superioridad por género pues suponen que no hay el mismo peso específico entre cada afectado, pero ciertamente, lo es.

Este tipo de ejercicios también tratan sobre reconocer que la mujer, en escenarios concretos puede llegar a tener mayor ventaja al enfrentar el peligro y el riesgo respecto del hombre, precisamente porque son más los mecanismos que se han creado para brindarle un apoyo diferenciado respecto de aquel. Pero en la realidad, eso no acontece, la mujer tiene incluso mayores ratios de mortalidad que el hombre, ante los eventos dañosos o perturbadores.

Pero es necesario ir aterrizando todo este preámbulo, para tratar lo que siempre ha sido de mi interés: la correlación entre los mecanismos debidamente planeados para predecir y anticiparse a los peligros, particularmente de aquellos que pueden tener un respaldo financiero llamado Seguro.

Por ejemplo, en los eventos perturbadores naturales catastróficos por ejemplo los de tipo meteorológico o el sismo, ellos pueden ser previstos y asumir que habrán de actualizarse con relativa periodicidad y, por tanto, son modelables sus consecuencias financieras negativas y que deberían ser económicamente anticipadas y administradas mediante fondos de contingencia y, eventualmente, ser en parte transferidas a una entidad financiera con mucha mayor solvencia que los probables afectados. Una vez aceptados los supuestos, es mucho más fácil dibujar los escenarios y realmente preparar la activación y puesta en marcha de los mecanismos idóneos para atender a la población y dar protección a los más vulnerables.

Estos mecanismos llamados Seguros, pueden adquirir tantas modalidades de transferencia de tales Riesgos, y por lo tanto facilitadores de Resiliencia, que pueden suscribirse (por ejemplo) los llamados Seguros Paramétricos, que sólo requieren de una serie de disparadores para convertirse en un monto recuperable casi inmediato, para poderse emplear en cualquier forma y circunstancia al punto que no se les deba asociar a daños físicos, sino que deberían considerarse equivalentes a liquidez para el apoyo inmediato de las víctimas, en áreas difíciles de valorar en el largo plazo puesto que la atención oportuna favorece la recuperación psicológica individual y social de la población.

Esa modalidad de transferencia de Riesgos sugiere inmediatamente que en un evento catastrófico habrá liquidez y disposición para concentrar a las víctimas en lugares seguros, brindar alimento de emergencia, brindar protección, salud, y seguridad social. Y esto invariablemente conlleva dar una oportunidad diferenciada a las mujeres, a los infantes, así como a los adultos mayores sin que se arrogue el Estado una condición de paternalismo distribuidor de la dádiva, sino en un Estado previsor y mejor administrador de la recuperación de su sociedad y, en especial, de aquellos que suelen estar en la condición más desfavorable ante el peligro.

Lamentablemente estamos ante una condición política donde se prioriza ensalzar el corto plazo y el reconocimiento del que así mismo se ha mostrado como el benefactor de las masas, antes que ser un eficiente previsor y un mejor potenciador de la Resiliencia, condición que, a largo plazo, resultaría más económica que absorber las pérdidas que en todas sus dimensiones, terminan por convertirse en un lastre para la recuperación, en especial, de los que debieran tener prioridad en ella.

Carlos Zamudio Sosa

Claims Manager

México Claims and Risk Management SC

Desde 2005 brinda servicios de consultoría “Risk Management” externo con atención a Asegurados en preparación para Inspección de Riesgo, análisis de contratos y control de sus licitaciones; asesor para acreditación de daño físico y consecuencial por siniestro por acompañamiento, asesoría y defensa técnica y jurídica por reclamos asegurados o afianzados.

Ha acreditado diversos cursos en diversas materias afines al Riesgo y la valuación del Daño Material, incluyendo terminar estudios de nivel
Maestría de Daños y Ajustes. Ha co-impartido 6 Diplomados en temas selectos de Gestión del Riesgo y Seguridad Industrial y acreditado ante la STPS.

Expositor invitado en Seminarios y Talleres y otros programas de desarrollo personal en seguros y colaborador para medios impresos y electrónicos especializados en Seguros y Fianzas.