03 Abr CULTURA DE LA PAZ PARA EL BUEN VIVIR
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“Si tuviera que elegir un día
para morir y volver a nacer, sería éste.”
Andrés Calamaro.
Reflexiones personales y cultura de la paz.
Cuántas veces he muerto y cuántas veces he tenido que renacer. La vida me ha llevado por tantos lugares y con tantas personas, que puedo decir que no pertenezco a ningún lugar, pero que soy ciudadano de todos lados. He amado con todas las fuerzas de mi ser, y lo malo que me haya sucedido, tengo la costumbre de olvidarlo. A veces toma tiempo, pero al final lo olvido.
Cuando era más joven suponía que todo lo malo que había vivido en el pasado, sólo me ocurría a mí. Parecía un pacto de la desgracia y mi persona. ¡Qué absurdo! ¡Qué egoísta! Sin embargo, ahora sé, que hay muchas otras personas que han pasado cosas peores que las mías, que han muerto muchas veces y otras tantas han resucitado.
Lo mejor que me ha sucedido en la vida, aunque muchos no lo crean, ha sido esta pandemia. Al principio no lo creía. Decía que era un invento de las grandes potencias para amedrentarnos. Para meternos miedo. Para controlarnos.
Sin embargo, me fui dando cuenta que todo era real. Varios de mis amigos y amigas fueron dejando este mundo. Después fueron familiares, mi madre, uno de mis hijos, enfermaron. Algunos fallecieron. Afortunadamente mi madre resistió y sigue con nosotros. Pero fueron días, semanas, aciagos con una incertidumbre profunda. Cada día esperaba el parte médico con mucha incertidumbre y ansiedad extrañas. Con mi hijo fue más fácil, siendo joven y con la fortaleza de su edad.
Comencé a sentirme mal. Había noches en que sentía que me enfermaba y que me moría. Comencé a tener un miedo terrible. Tenía miedo de la oscuridad, tenía mucho miedo de la soledad. Aunque quiero dejar en claro que la soledad es parte de la vida a esta edad. Los hijos crecen, el amor se desvanece, y, por tanto, se nos hace familiar. Y a algunas personas se nos hace muy difícil encontrar razones para vivir cuando hemos perdido mucho.
A veces me sentía bien, de hecho, mi espíritu insistía en querer sentirse bien. Quería hacer un pacto entre la alegría y la tristeza, entre la luz y la oscuridad, entre el amor y el desamor. Entre los sonidos y el silencio. Por eso inventaba canciones y poemas. Porque eso le daba fuerzas a mi corazón, ganas de continuar. Buscaba razones para vivir. Por eso escribía. Por eso publicaba. Para sentirme vivo. O como dice Silvio Rodríguez: para que los cobardes tomaran ejemplo.
Lo peor llegó cuando alguien con quien convivía de manera muy cercana se contagió. Uno de sus hijos había fallecido de lo mismo en la víspera de la navidad. Antes de que fuera hospitalizado, me llamó para prevenirme.
Esa noche sentí que me moría. Comencé a sentir que el aire me faltaba. Sudaba profusamente. Esa noche fue la peor de mi vida. El temor me llevó a sentir que esa era mi última noche en esta vida. Pedí perdón por mis faltas. Le pedí a Dios que cuidara de los míos. Salí de mi recámara a mirar las estrellas y a llenarme de la que pensaba era mi última noche.
Recordé muchas anécdotas de mi vida. Sobre todo, aquellas que me había dejado el amor. Dicen que el primer amor es al que más se quiere, pero que a todos los demás se les quiere mejor. Le di gracias a Dios por todo lo que me había permitido vivir. De haber permitido dejar mis desgracias de la infancia y convertir la vida en magia pura. De haber creado un sortilegio maravilloso. Recordé los mejores momentos de mi niñez, porque sí los hubo. Los abrazos amorosos de mi madre. Las pocas palabras amables de mi padre. Cómo me hubiera gustado tener más tiempo para agradecer personalmente a todas las personas que me regalaron lo mejor de ellas para que mi vida fuera lo que había sido. Después de agradecer, y con lágrimas en los ojos, estaba listo para partir. Me recosté y cerré los ojos esperando el final.
De repente, abrí los ojos. Miré a mi alrededor para mirar dónde me encontraba. Seguía en mi cama. Lo primero que escuché fueron los sonidos de las aves. Mi hija me había hecho notarlos cuando llegamos a vivir aquí. Sentí el aire fresco de la mañana entrando por el cancel abierto.
Todo había sido un sueño. Un mal sueño. La única verdad era que sí se habían ido muchas personas que eran parte de mi vida. Hombres y mujeres que recordaré toda mi vida. Y lo que había aprendido fueron dos cosas principalmente, entre otras: A no dejarme llevar por el miedo. El miedo no te deja actuar. El miedo te quita la vida. Porque el miedo nos mata con más fuerza que la enfermedad. Y la otra cosa aprendida fue que debo amar con todas las fuerzas de mi corazón a la vida y todo lo que emana de ella. Por eso esta pandemia ha sido mi mejor lección. Por eso pregúntate: ¿Qué tiene que morir en ti para volver a nacer?
M. D. Primo Blass
*Catedrático de la UAEM (Universidad Autónoma del Estado de Morelos)
Director General de Conversare. Centro de Mediación Privada en el estado de Morelos
Embajador de Resiliencia por la UNAM.